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Un día especial

Hoy quiero compartir con vosotros lo que para mí es un día muy, pero que muy especial. Seguramente todos los que me rodean sepan de antemano a lo que me refiero, y no, no se equivocan. Hoy 27 de Julio se celebra el día de San Pantaleón, que como todos sabéis fue un mártir cristiano que vivió en Nicomedia (Turquía) a finales del siglo III d.c., hijo de Eustorgio y Eucuba y que actualmente es el patrón de los médicos nutricionistas y obstetras...
¡¡¡¡QUE NO!!!!, bueno, sí, hoy es el día de San Pantaleón, pero chico... realmente a mí el siglo III me queda un poquito lejos, así que voy a poner a funcionar mi particular máquina del tiempo y me voy a desplazar hasta una fecha algo más reciente, el año 1.995, y concretamente a tal día como hoy de aquel año, un 27 de Julio.
- ¿Y qué fue lo que pasó? -, oigo por ahí que se pregunta algún ignorante (con perdón). Pues a ese le diré que aquel 27 de Julio de 1.995, durante unos segundos, el mundo dejó de girar, las iglesias replicaron sus campanas, se tiraron cohetes, fuegos de artificio, los niños cantaban por las calles, por doquier se oían aplausos, gritos de celebración, los coches hacían sonar sus bocinas, los políticos dejaron por un momento de robar... - ¿y por qué? -, oigo de nuevo al mismo ignorante (otra vez con perdón), pues porque aquel día vio la luz por primera vez mi niña. Ya sé, ya sé, seguro que hay alguno que dice Anda!!! Exagerado!!!, que lo de que el mundo haya parado de girar vale, lo de las campanas, los cohetes y todo lo demás, también, pero que los políticos hayan dejado de robar no se lo cree nadie. Bueno y qué!!!. Es mi historia, no?. Pues eso!!! (continúo...).
No recuerdo muy bien la hora, tampoco recuerdo si llovía o hacía sol. Lo que sí recuerdo como si fuera hoy, era aquella mezcla entre nerviosismo y emoción que todos sentimos aquel día cuando recibimos la llamada de teléfono diciéndonos que aquella cosita se había cansado de estar dentro del hotel materno y había decidido salir al exterior a conocernos. Cuando por fin, la vimos allí, en la camita del hospital, al lado de sus orgullosos padres, en sus primeras horas de vida... ¡¡pero qué cosita!!, ¡¡qué juguete!!, ¡¡qué muñequita!!, ¿cómo es posible que un ser tan pequeñito fuera tan bonito?.
Y sí, lo consiguió. Me robó el corazón para siempre.
Recuerdo la primera vez que la tomé en mis brazos. Yo no quería, porque tenía miedo de que se escurriera entre mis inexpertas manos como lo hace el agua entre los dedos, pero su madre se empeñó. Nervioso la tomé, la acerqué hacia mí y la miré... seguro que parezco un sensiblero, un blandengue y mil cosas más por el estilo, pero realmente me da igual, y he de reconocer que se me endulzan los ojos sólo de recordar aquellos momentos. Sus ojitos de ese color azul grisáceo que tienen todos los recién nacidos, su pelito fino y rubio como el de los angelitos de los cuentos, el olor a Nenuco en su piel y en sus ropitas, sus bracitos abriéndose como queriendo agarrar el mundo entero... No podía ser más perfecta. Tampoco se borrará de mi memoria la primera vez que la bañé, la primera vez que le di el biberón y si, también la primera vez que le cambié el... ejem, bueno, el pañal, su primer abrazo, su primer beso, su primer ¡¡padrinooo!!!.
Aquella princesita de entonces ha crecido, y ahora es toda una mujer, guapa como ninguna, inteligente, sensible, cariñosa, aplicada, buena amiga, buena hija y por supuesto buena ahijada.
Quiero aprovechar para agradecerle a tus padres que pensaran en mí el día que decidieron buscarte un padrino. No pudieron hacerme más  feliz. Si cien veces nacieras y cien veces me pidieran tus padres que lo fuera, cien veces les diría con orgullo que SI. Fuiste un regalo para ellos y para toda tu familia, pero, aunque no llevemos la misma sangre, también fuiste un regalo para mí (y para Amparito, que si no la nombro me mata).
La vida decidió que nuestros caminos tomaran rumbos distintos y que tú caminaras hacia un lado y yo siguiera por mi ruta, pero quiero que sepas que aunque nos separen miles de kilómetros, aunque la vida no permita que te de un beso o un abrazo, aquí siempre tendrás a tu padrino y que seguramente algún día (espero que cercano) yo picaré a tu puerta y tu saldrás corriendo, con los brazos abiertos, gritando ¡¡padrino!!, como cuando eras pequeñita.

Espero que pases un feliz cumpleaños. Un millón de besos de tu padrino que te quiere con locura.
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