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Las aventuras y desventuras de un asturiano en África

Mapa de SeneGambia
Lo que os voy a contar ahora, ocurrió en el año 1.995, hace 17 años, cuando yo aún tenía 22 añitos. Mi entonces novia (ahora esposa) trabajaba de Azafata de vuelo con sede en Palma de Mallorca, y la compañía para la que ella trabajaba, extinta desde hace pocos años, decidió añadir destinos nuevos y comenzar a realizar vuelos desde Tenerife Sur a Banjul (capital de Gambia). Nos parecía un destino super-atractivo. Nos atraía todo lo que tenía de salvaje, desconocido, de aventura... Y sin pensarlo dos veces decidimos organizar un viaje a ese paraíso que se nos ponía delante de las narices (aprovechando, por supuesto, que disfrutábamos del beneficio de los vuelos gratis). Lo comentamos con Silvia, amiga íntima de mi novia, también auxiliar de vuelo en la misma compañía aunque ella con sede en Tenerife Sur. Le encantó la idea de realizar con nosotros el viaje. Ella a su vez lo habló con otra compañera de Tenerife, Elena y ésta a su vez con un amigo suyo jovencísimo (más si cabe que nosotros), que se llamaba Jeffrey, del que con el paso del tiempo me di cuenta que era una naranja aparente por fuera, pero con poco zumo por dentro. Finalmente lo organizamos todo y comenzó nuestra aventura...
A todo esto he de decir que yo vivía en Gijón, así que ese día, de madrugada, me subí al coche que había alquilado el día anterior y me desplacé con él hasta el aeropuerto de Bilbao (donde llegaba mi novia en vuelo de trabajo). Me subí al avión y regresé con ella hasta su casa de Palma, donde recogimos sus cosas y, de nuevo, nos desplazamos hasta Son San Joan, donde nos subimos a un vuelo con destino a Tenerife Sur, donde nos esperaba Silvia. Ya en casa de Silvia, hubo tiempo para comer algo, ducharnos y preparar la mochila, ya que en unas horas nos subíamos a un avión que viajaba a Gambia, concretamente a Banjul.
Boeing 737 de la Compañía Futura
De nuevo en el aeropuerto, ya de noche, me presentan a Elena y a Jeffrey y nos subimos todos juntos al avión que nos llevaría destino a África. Mi primera sorpresa fue que el avión en el que volábamos lo hacía completamente vacío. Un Boeing 737 que perfectamente podría haber sido el de la imagen, en el que sólo íbamos la tripulación que pilotaba, nosotros, otra tripulación que se dirigía de refresco a Banjul y unos mecánicos de la compañía. Vaya gozada.... Lástima que al poquito de despegar, sufre una avería y tiene que aterrizar en el aeropuerto de Gran Canaria. Al final todo queda en un susto y una anécdota más del viaje. Se reparó la avería y pudimos continuar el vuelo. Cuando ya estaba amaneciendo, aterrizamos en el aeropuerto de Banjul. Hago un inciso para comentar que nuestra idea inicial era tener alquilada una avioneta en el aeropuerto de Banjul para desplazarnos con ella hasta Dakar (capital de Senegal), pero por motivos climatológicos, ya que estábamos en épocas de lluvias y vientos, nos quedamos sin medio de transporte aéreo. También decir que la moneda de Gambia es el Dalasi y sólo puedes conseguirla una vez llegas al país, así que llegamos al aeropuerto de Banjul sin dinero autóctono, (aunque mi novia y yo llevábamos algunos dólares y algún franco francés para Senegal), ni vehículo en el que  desplazarnos a Dakar. Mi primera impresión cuando se abrieron las puertas del avión y me dispongo a bajar por las escalerillas, me imagino que es la misma que han sentido todas las personas que hayan viajado a áfrica: Una sensación de inmensidad, de olor a madera mojada, de humedad, de calor, de belleza salvaje... Seguramente cualquier cosa que diga hará que me quede corto en la descripción.
Aeropuerto de Banjul
Previamente, durante el vuelo, uno de los mecánicos que viajaban junto a nosotros nos dio una serie de consejos que deberíamos seguir para no tener problemas. Primero nos explicó cómo conseguir algo de dinero del país al mejor precio posible, (se trataba de unos chicos que, calculadora y libreta en una mano y un fajo de billetes de todo el mundo en la otra, te cambiaban cualquier moneda por Dalasis y viceversa. Con ellos podías negociar el mejor cambio). Se comprometió igualmente a presentarnos a un guía autóctono en el propio aeropuerto, que nos acompañaría hasta el ferry en el que cruzaríamos el río Gambia y seguir luego solos hasta Dakar por carretera. Y una de las cosas que nos recalcó fue que nunca, bajo ningún concepto, se nos ocurriera cruzar el río Gambia en los cayucos que están amarrados en los puertos "clandestinos", por el peligro que podía acarrear y que más tarde os explicaré. 
Recogimos nuestras mochilas, pasamos el control de pasaportes y el de aduanas, donde en lugar de rayos X, unas señoras metían sus manos dentro de nuestros bultos para comprobar que no introducíamos nada prohibido, cambiamos el dinero y localizamos a Jimmy (creo que se llamaba sí), nuestro guía durante las siguientes horas.
Interior de taxi en Banjul
Taxis en Gambia
Jimmy nos acompañó al exterior y nos consiguió un taxi para todos, indicándole al conductor dónde debería dejarnos, y a nosotros, la cantidad exacta que le teníamos que pagar. Nos introducimos en el vehículo (por llamarlo de alguna manera, ya que tenía más años que el rodapié de las cuevas de Altamira y más kilómetros que el baúl de la Piqué). Ya dentro del coche, no sin antes solucionar un pequeño problema con la puerta trasera, que prefería quedarse en el suelo del aeropuerto antes que acompañar a su legítimo propietario, le pedimos por favor al amable taxista que nos dijera cómo se podían bajar las ventanillas, ya que el calor era insoportable, y el olor a pino fresco... dije pino fresco... quise decir a "eau de sobaque" nos descomponía la nariz. El amable conductor sacó de la guantera una punta doblada para que la introdujéramos en lo que quedaba de la manilla del elevalunas manual, pidiéndonos que al terminar se la devolviéramos porque no tenía otra.
¡¡¡Estábamos en África!!!. Eran momentos de perplejidad, de sorpresa, de observación. Todo era nuevo ante nuestros ojos. Las mujeres con esas túnicas que rebosaban colores, con los niños colgados a la espalda y cargadas con cosas sobre sus cabezas. Los niños correteando descalzos. Las casas, los árboles, el suelo de un rojizo que parecía que sangraba, pero sobre todo llamaba la atención la pobreza. La mayoría de los coches destartalados, muchas carreteras sin asfaltar, otras habían sido asfaltadas tiempos atrás, pero las lluvias se habían llevado casi todo el suelo... 
Finalmente el taxista nos lleva a una edificación, que parecía un local social, ubicado en el puerto de Banjul, cerca del acceso al ferry que se ve en la imagen y, tras pagarle lo convenido por la carrera, nos indica que nos introduzcamos en esa sala a esperar a nuestro guía Jimmy. 
Acceso al Ferry Banjul-Barra, desde el propio ferry
Alrededor se veían unas mesas y sillas como de colegio, pero viejísimas y unos chicos sentados con los que entablamos conversación. A través de las ventana se observaba la gente ir y venir cargada con sus bultos, y justo en frente nuestro, se veía cómo los militares del ejército realizaban ejercicios o prácticas en una especie de explanada y, como a mis 22 años les sobraban osadía y curiosidad, agarré mi cámara y salí a fotografiarlos. Los chicos que había en el local, al ver lo que me disponía a hacer, salieron corriendo detrás de mí, me agarraron y me introdujeron de nuevo en el local gritándome que si estaba loco, que estaba prohibido sacarles fotos, que me podía meter en un lío y cosas de esas. ¡¡Menudo susto me dieron!!. No sé si debido al susto o a que llevaba desde el día anterior sin miccionar, me entraron unas ganas tremendas de hacer aguas menores (pero qué fino soy), así que les pedí a los chicos que me indicaran dónde podría... ejem... bueno, hacer pis, señalándome una puerta metálica llena de óxido que me dispuse a abrir. La cantidad de moscas, mosquitos e insectos voladores similares que había en aquel metro cuadrado, creo que superaban con creces a todos los que habitan en mi pueblo pero, una de dos, o meaba allí o me lo hacía encima, así que decidí acabar la faena con los bichos volando a mi alrededor. Detrás de mí fueron las chicas y Jeffrey.

Vista del Ferry Banjul-Barra
Tras no mucho tiempo de espera, por fin aparece Jimmy con los billetes para el Ferry y la promesa de acompañarnos al otro lado y de que un taxista nos recogería para llevarnos a Dakar.
Ferry Banjul-Barra

Seguimos a Jimmy a través de la multitud, hasta subirnos en el ferry que se ve en la fotografía (pocos años después oí en las noticias que debido al exceso de peso había sufrido un accidente, en el que habían muerto varias personas). Yo aún no puedo entender cómo se aguantaba a flote aquel viejo cascarón, con camiones, animales, personas...
Llegada del Ferry a Barra
Por prudencia, miedo o vete tú a saber por qué, había guardado mi anillo, la cadena con el crucifijo, el reloj y todo aquello que pudiera aparentar valor, para evitar que en esos tumultos pasara nada indeseado. Hay que tener en cuenta que estamos hablando de hace casi 20 años. Seguramente ahora todo lo que estoy contando sea muy distinto a entonces. La primera persona blanca que pudimos ver desde nuestra salida del aeropuerto hasta aquel momento, era un señor que, dentro del ferry, estaba encerrado en la cabina de su camión, así que éramos el blanco constante de todas las miradas de la gente, lo cual puedo asegurar que no es nada agradable. Como anécdota contaré que mi novia era  Belga de nacimiento y su lengua materna, por lo tanto, era y sigue siendo el francés, aunque hablaba a la perfección el español; pues haciendo el trayecto en el ferry, justo a nuestro lado, viajaba una madre con su niña en brazos, que no paraba de llorar. Como esta señora hablaba francés, mi novia le preguntó en su idioma qué le ocurría a la niña, contestándole ésta que la niña estaba atemorizada porque nunca había visto a gente blanca de tan cerca.
Carreteras durante la época de lluvias
Llegamos finalmente al otro lado del río, tras casi una hora de recorrido que se nos hizo eterno. Imaginaros el resultado de sumar multitud, calor, humedad, animales y falta de higiene... Nos apeamos en Barrá, un pueblo creado en torno al ferry (como se puede observar en la imagen, aquí ya no existe el asfalto y como comprobaréis más adelante, tampoco la luz eléctrica (hablo del año 1995).
Al bajar del ferry, Jimmy nos hace caminar rápidamente entre la marabunta de gente que quiere bajar y la que se amontona esperando subir, y nos lleva a una especie de plaza, donde nos dice que le esperemos, que él va en busca del vehículo prometido, despareciendo entre la gente. Una sensación de miedo se apodera de nosotros. Nuestra diferencia de color hacía que fuéramos el centro de atención. Todos venían a pedirnos dinero, comida, incluso alguno que otro intentaba intimidarnos, hablando entre ellos en una lengua desconocida para nosotros y dirigiéndonos miradas, riéndose entre ellos mientras hablaban de nosotros, aunque he de decir que la inmensa mayoría de los habitantes de Gambia hablaban perfectamente el inglés, por haber sido colonia inglesa hasta 1.965. Tras un interminable espacio de tiempo, aparece Jimmy con una sonrisa diciéndonos que ya nos había conseguido una taxi. Era un Peugeot 405 que, tras su jubilación en Europa, había vuelto a la vida activa en Gambia, le habían colocado una fila de asientos en donde habitualmente va el maletero, así que viajamos relativamente cómodos, a no ser por el estado de las carreteras, aunque íbamos disfrutando como niños observando el paisaje. Tan pronto circulábamos entre frondosos bosques, como de repente se abría ante la vista un horizonte precioso de baobás, o se te cruzaban los monos corriendo por delante del vehículo o parabas a fotografiar gigantescos termiteros. Veías cosas asombrosas como de repente, después de kilómetros de no ver ningún poblado ni nada parecido, surgía en el mismo sentido que nosotros un señor en bicicleta esquivando los socavones del camino y cargado con sus aperos. Aunque lo que más nos sorprendió, asustó y atemorizó de todo el viaje fue aquel primer momento en el que divisamos a lo lejos del camino unas ramas bloqueando el paso del vehículo y a nuestra llegada, unos individuos armados con pistolas y escopetas, las ropas raídas y gesto de pocos amigos. Hacen parar al vehículo y nos obligan a salir del mismo. Al lado nuestro había otro vehículo al que estaban abriendo las bolsas de sus ocupantes (eran gente de color), gritaban y hacían aspavientos, pero no entendías nada de lo que hablaban. A punta de pistola nos dirigen a una choza con el techo de paja, donde un señor sentado en una silla nos quita la documentación. Como antes, volvemos a notar la complicidad de estos "elementos", hablando de nosotros en su jerga, se reían y nos miraban despectivamente, pero esta vez estábamos todos cagados de miedo por no saber lo que nos iba a ocurrir. Tras varios minutos de angustia, nos devuelven los documentos y nos dejan marchar en el coche, y ante nuestra sorpresa, ni nos habían robado, ni nos habían abierto las mochilas, ni nada. Durante el transcurso del viaje hasta Dakar, nos ocurrió esto otras 2 ó 3 veces, siempre bajándonos a punta de pistola e introduciéndonos en una de las chozas del poblado, repitiéndose de nuevo la sensación de terror.
Típicas construcciones en Senegal
Como pudimos enterarnos más tarde, se trataban de "peajes" que los miembros de los distintos poblados cobraban a los que circulaban por sus tierras. Mientras nos tenían a nosotros entretenidos en las chozas le quitaban parte del dinero al conductor, que sabían que tendría porque estaba transportando a turistas blancos.
Tras varias horas más de coche, pinchazos, paradas en poblados para que el conductor comiera y arreglara las ruedas, etc., por fin, llegamos a una especie de autopista, por lo que dedujimos que llegábamos a Dakar, y no nos confundíamos. Antes de acceder a la ciudad, el conductor se detiene y nos dice que nos tenemos que apear del vehículo, que lo siente mucho, pero que no tiene licencia para circular por Senegal y le pueden multar los policías de la ciudad. Nosotros, entre el cansancio, el intento de engaño, lo de las armas, etc., le dijimos de malos modos que nos dejara en el centro de Dakar. El cabrón, perdón, quise decir el amable taxista, se metió por los suburbios de Dakar, donde sabía que no habría policía y se paró en el centro de una plaza  en la que habían puesto un mercado y que se encontraba a rebosar de personas. Allí se bajó del coche, nos abrió las puertas y abrió el maletero para que sacáramos nuestras mochilas. En cuestión de segundos, la multitud de gente se arremolinó a nuestro alrededor, empujándonos a unos hacia un lado a otros hacia otro, tiraban de nuestras mochilas, de nuestros brazos. En un momento nos encontramos cada uno arrastrados a cada lado de la plaza. A mí, como se suele decir, me saltó el térmico y comencé a revolverme y a gritar cabreado y aunque los gritaba en español, creo que todos los que estaban en la plaza entendieron a la perfección los sapos y las culebras que comenzaron a salir por mi boca. Se produjo un hueco que aprovechamos para volver a juntarnos e introducirnos en un taxi R12, al que le pedimos nerviosos que nos llevara a la embajada española. Ya allí, y creyéndonos a salvo de todo mal, por estar frente a nuestra embajada, pagamos al taxista y corrimos hacia la puerta de la misma para que nos ofrecieran algo de agua para beber (llevábamos desde la noche anterior sin tomar líquido alguno y ya se acercaba de nuevo la noche). Ante nuestra sorpresa, ni siquiera fuimos atendidos. Un chico del servicio, vestido como los criados que se ven por la tele de principios del siglo pasado, chaqueta blanca con botones, guantes blancos y gorro blanco, nos abrió y nos invitó amablemente a marcharnos, sin siquiera quiso escuchar lo que le íbamos a decir (los funcionaros españoles siempre tan eficaces), cerrándonos la puerta en las narices. Nuestra suerte fue que Elena, nuestra compañera de viaje, tenía doble nacionalidad, así que acudimos a su otra embajada, la Suiza, que estaba bastante cerquita y donde muy amablemente nos ofrecieron agua y nos dieron cuantas indicaciones fueron necesarias para llegar a nuestro hotel, al cual en esta ocasión nos dirigimos andando, con toda la celeridad del mundo.
Hotel Novotel
Thieboudienne de pescado
Isla de Goree
Interior de la Casa de los Esclavos (Isla de Goree)
Y por fin, tras una buena caminata que nos sirvió para conocer de primera mano los suburbios de Dakar, llegamos al Hotel Novotel de Dakar. A pesar de que era uno de los mejores hoteles de la capital senegalesa, tampoco era nada del otro Jueves, aunque en aquellos momentos a nosotros nos parecía el paraíso terrenal. Tras hacer el check in, lo primero que hicimos fue pedir botellas de agua congelada. ¡¡Qué delicia!! y lo segundo... una buena ducha. Podéis creerlo si os digo que al meternos bajo el agua, ésta se volvía marrón-rojiza, del polvo del terreno. Una vez recompuestos, nos bajamos al restaurante del hotel a introducir algo sólido en nuestros estómagos. Lo hicimos a base de thieboudienne, que es la comida típica de estas tierras y es a base de arroz con pollo o pescado y que ellos comen con las manos, aunque nosotros hicimos uso de los cubiertos. Ese día, tras intercambiar sensaciones durante la comida y en la sobremesa, nos dirigimos a la habitación para descansar del larguísimo día. Recuerdo que durante la madrugada, un ruido extraño me despertó; me levanté, me asomé a la ventana y observé como las palmeras se inclinaban formando ángulos casi imposibles por la fuerza con que las batía el viento. Volví a la cama y no me desperté hasta por la mañana. Cuando nos levantamos al día siguiente y miramos hacia arriba, daba la sensación como si se hubiera roto el cielo. De él caía una cortina constante de agua. Aún así, tras el reconfortante desayuno, decidimos salir y, ahora sí, hacer de turistas normales y proceder a realizar las visitas de rigor. Mi novia y yo sacamos de las mochilas nuestros impermeables regalo de los ALSA, que nos habían regalado en la Feria de Muestras y los demás salieron a una tienda a comprar unos chubasqueros negros. Ahora sí, armados con nuestras cámaras y protegidos del agua, nos dirigimos hasta el puerto para subirnos a un ferry que nos llevaría a visitar la isla de Goree, que para el que no haya oído hablar de ella, era el centro neurálgico desde donde a lo largo de 300 años, se aprovisionaba de esclavos a toda América del Norte, el Caribe y Brasil. Estuvo funcionando con este mismo propósito hasta mediados del siglo XIX. Aunque hoy nos parezca lejano el tema de la esclavitud, podemos ver que a estado vigente hasta hace bien poquito. "Se calcula que al menos veinte millones de hombres, mujeres y niños fueron secuestrados en sus aldeas, trasladados y vendidos a tratantes que se establecieron abiertamente en la isla de Gorée, aquí eran aprisionados en calabozos, eran encadenados como animales y colocados espalda con espalda, como sardinas enlatadas, para esperar a que fueran vendidos, antes de que decayeran físicamente y fueran sacados de ese lugar." (Fuente Wikipedia). En ella se rodaron películas tan famosas como Los cañones de Navarone, Adèle H del director Truffaut o la española Más allá del jardín, protagonizada por Concha Velasco.
Taxis en Senegal
Puesto de policía de Barra
Tras muchas visitas, compras, etc, etc, llega la hora de regresar otra vez a Banjul, donde días más tarde tomaríamos el vuelo de regreso a España así que, para no tener problemas, negociamos con el dueño de una empresa de taxis que trabajaba para el hotel y que tenía sus vehículos aparcados en el aparcamiento del mismo (se pueden apreciar en la foto del hotel). Le informamos que tenemos que estar en Barra para tomar el Ferry, antes de las 7 de la tarde, hora en que partía el último barco. Negociamos el precio del viaje, y el hombre nos tranquiliza prometiéndonos llegar con tiempo de sobra para subirnos al barco, visitar y todo lo que quisiéramos hacer. Por nuestra parte, nos comprometemos a abonar el importe íntegro del viaje una vez llegados a Barrá y comprobar que llegamos en hora (ya estábamos escarmentados). Yo, por ser el mayor del grupo, me encargo de guardar a buen recaudo los francos CFA (moneda de Senegal). Nos presenta a nuestro nuevo taxista, un chico que yo creo que no había cumplido aún los 18 años. El vehículo un Renault 18 (5 plazas para 6 personas), en el que nos subimos y comenzamos viaje de vuelta. Esta vez más tranquilos por las promesas de seguridad y cumplimiento de horarios del dueño del taxi. Pero sin querer, las horas iban pasando y cada vez que le preguntábamos al chico cuánto nos quedaba para llegar, siempre decía que una hora. Yo cada vez me estaba poniendo más nervioso. Veía que llegaba la última hora parea subirse al ferry y no acabábamos de llegar. Lo peor de todo es que en Barra, por aquel entonces no había nada en absoluto, más que un puesto de policía y una serie de chabolas que daba miedo acercarse a ellas. Y a eso de las 6 de la tarde, cuando ya empieza a anochecer y me doy cuenta que no vamos a llegar a tiempo, ¡¡zas!!, me vuelve a saltar el térmico  e informo al conductor de lo que le puede ocurrir si se le ha pasado por la cabeza engañarnos. Al chico se le quitó el moreno de repente y poco tiempo más tarde, al paso por un poblado que disponía en una de sus cabañas de puesto de policía, se para y se baja del vehículo sin decirnos nada, entrando en la cabaña y volviendo al rato acompañado por un señor con partes de un traje que asemejaba algo así como de la autoridad.
Puesto de policía de Barra
Nos pide que salgamos del vehículo y que entremos en el puesto, pidiéndome a mí que entre a un hueco adosado a la cabaña, que hacía las veces de oficina, donde se veía una máquina negra de escribir que había dejado de funcionar hacía muchísimos años y una mesa con más mierda que el establo del tío Manolo. Mi novia me sigue con preocupación hasta el interior de la habitación y se queda conmigo, mientras el agente intenta convencerme de que pague al taxista lo acordado, a lo que yo me niego por no haber cumplido con su cometido de llevarnos en hora al barco. Tras varios minutos de discusión, el agente me dice que le dé solamente una parte, para que el conductor pueda regresar a Dakar, y el resto se lo daríamos a un vecino del pueblo que tenía un... vamos a llamarlo coche y en el que nos llevaría a Barra. Accedemos al trato y a los pocos minutos aparece un R12 (o lo que quedaba de él) en el que procedemos a introducirnos. Nada más entrar en el vehículo, una mantis religiosa de un verde claro chillón y de un tamaño descomunal, cae sobre el brazo de mi novia, que entre el miedo, la completa oscuridad, la preocupación, la situación, y el propio bicho, rompe a llorar en un ataque de histeria que no se le pasó hasta llegar a Barra, lo que hicimos un rato más tarde, aunque no sabría calcular cuánto tiempo pasó. Cuando llegamos allá, imaginaros nuestras sensaciones y las cosas que se te pueden pasar por la cabeza; en medio de la nada, sin nadie que supiera dónde estás, en total oscuridad, porque no había luz eléctrica en el poblado, la única iluminación procedía de lo poco que alumbraban los amarillentos faros del viejo R12 y el conductor que nos dice que ya había llegado, que nos podíamos bajar del coche. Le pedimos por favor que nos llevara al puesto de policía (el que se ve en las dos fotos anteriores), con tan buena suerte que, aún siendo de noche permanecía abierto. Cuando nos acercamos, con la luz del vehículo observamos cómo hay gente tumbada en el suelo dormitando alrededor de la construcción, levantándose a nuestro paso para observar la novedad. Un señor entrado en años, con uniforme de policía y escopeta en mano, se encontraba sentado en una silla en el porche. Salimos del coche, tomamos nuestras mochilas, las dejamos en la puerta a petición del agente, y nos introducimos en la casa, donde había otro policía, más joven que el anterior y de un tamaño enorme, que hablaba un inglés perfecto. Frente a la puerta había una especie de mostrador con una vela, que era toda la iluminación de la que disponía la casa. Le contamos lo que nos ha sucedido y, viendo nuestra situación, nos ofrece entre retroceder unos kilómetros camino atrás, hasta una especie de refugio-hotel, aunque no nos lo aconsejaba porque carecía de electricidad y la higiene dejaba mucho que desear, o cruzar con él el río Gambia cuando terminara su turno a partir de las 12 de la noche, siempre y cuando pagáramos su parte del viaje, a lo que evidentemente accedimos. Nos invita a sentarnos en un banco que había frente al mostrador y a la izquierda de la puerta.
Pueblo de Barra
Observamos, colgando de la pared donde estaba el banco, un cartel con fotografías de niños, muchos de ellos de piel blanca, que ponía "Personas desaparecidas" y nos corrió un escalofrío pensando que podíamos haber sido nosotros alguno de ellos. De repente, entre la oscuridad se oye el lamento de una persona que, en francés decía, llevo varios días sin comer, darme comida. Al girar nuestras cabezas vemos unas rejas y, detrás de ellas varias personas encerradas en aquel calabozo que no era precisamente la cárcel de Alcatraz. No veíamos el momento de llegar a nuestro hotel en Banjul. Salimos mi novia y yo a tomar un poco el fresco y comprobar si aún teníamos nuestras mochilas. Allí estaba sentado aún el otro policía, cuando de repente, éste se levanta furioso y escopeta en mano, ante nuestra mirada perpleja, se dirige a uno de los chicos que se había levantado y caminaba hacia nosotros, seguramente por curiosidad o para pedirnos algo, o... qué se yo. Le da un golpe con la culata de la escopeta en la cabeza, obligándole a retroceder. No podía estar pasando todo aquello!!. Ni que decir tiene que estábamos todos acojonaitos.
Embarcadero alternativo para cruzar
Cuando había pasado ya un ratito, el agente se dirige hacia mí pidiéndole en inglés que le siguiera. Sale del puesto de policía y yo justo detrás de él. Mi novia, que ve la situación, por miedo a que me pasara algo, también nos sigue. Caminamos entre la oscuridad hasta llegar a una cabaña frente a la que se para el agente y a voces llama a alguien. Alguien de dentro enciende un camping-gas y entre la parpadeante luz se aprecia a un hombre vestido de calle, desperezándose, tumbado en una hamaca de playa y a su alrededor un arsenal de tabaco, botellas, latas diversas, etc. Debía ser el "supermercado" de la zona. El policía saca una linterna antigua de esas de pila de petaca y le pide una al vendedor, tras comprobar que funciona, me pide a mí que la pague, lo que hago sin rechistar. Volvimos sobre nuestros pasos y nos metimos de nuevo en el puesto de policía. Poco después, el agente más joven saca una pequeña alfombra y, tras asearse, se arrodilla sobre ella y procede a realizar sus oraciones. Por alguna extraña razón esto nos alivió, quizás por creer que una persona tan religiosa, que hasta paraliza su trabajo para orar, fuera de la religión que fuera, no podría albergar maldad.
Ferry alternativo Barra-Banjul
Cayucos en Barra
Lo cierto es que poco después de terminar con sus oraciones, se arregla el uniforme y nos dice que nos preparemos para cruzar el río. Se despide de su compañero y sale caminando de nuevo por la oscuridad hasta llegar a lo que parecía ser un embarcadero, donde nos pide que le esperemos. Nuestra visión no llegaba más allá de unos pasos. La noche era totalmente negra y a nuestro alrededor comenzaban a oírse cuchicheos, voces, ruidos de pasos, pero no veíamos nada absolutamente. Elena sacó de su mochila una barrita de esas que al doblarlas generan una luz química fluorescente. Fue como cuando enciendes una bombilla en verano y comienzan a revolotear las mariposillas de la luz y los mosquitos, pero en esta ocasión eran personas las que se arremolinaban a nuestro alrededor. Todos querían curiosear. Era lógico; 5 jóvenes blancos en un embarcadero alegal en plena madrugada africana... Minutos más tarde aparece de nuevo el agente y nos dice que ya ha conseguido la embarcación con la que cruzaríamos el río. Podría ser cualquiera de las de las fotografías. Con una mezcla de miedo , incertidumbre y tranquilidad por abandonar el pueblo de Barra, nos subimos al cayuco y comienza nuestro viaje de vuelta a Banjul. Me llamó la atención que en el fondo de la embarcación había multitud de piedras grandes, quizás eran restos del transporte del día anterior o quizás eran para estabilizar, pero... ¿quién se iba a preocupar por eso en esos momentos?. No sé el tiempo que duró el trayecto, pero pudimos disfrutar por momentos de vistas nocturnas privilegiadas como el palacio presidencial, aunque nuestra llegada no fue precisamente en el puerto oficial. Nos apearon en una playa pequeñita, donde tan pronto nos bajamos, comenzamos a caminar tras el agente, que parecía tener prisa por llegar a su casa. Salimos de la playa, aunque el suelo seguía siendo de arena y nos introducimos en un callejón totalmente oscuro, donde las paredes laterales estaban formadas por chabolas metálicas con gente en su interior, porque a nuestro paso se oían sus voces y sus movimientos.
Una calle de Banjul
 Salimos finalmente a una de las calles de la capital, donde predominaban las construcciones bajas, pero ya se apreciaba el asfalto e incluso aceras a los lados, aunque no había aún iluminación. Caminábamos por el medio de la carretera y a los lados, en las aceras, se veía gente tumbada durmiendo. El silencio de la noche se rompía con el croar de las ranas que, si el tamaño del cuerpo iba en proporción al volumen de su llamada, debían ser gigantescos. A nuestro paso, algunos de los hombres que dormían sobre las aceras se levantaban y, poco a poco, se acercaban a nosotros, lo que nos producía una gran angustia. Pero cuando éstos se acercaban en exceso, el policía que nos acompañaba encendía la linterna y se iluminaba el uniforme, lo que hacía que todos los "seguidores" volvieran a sus aceras.
Entrada al Hotel Kairaba
Hotel Kairaba - Restaurante Casa Fernando
Según íbamos acercándonos al centro de la ciudad, las luces iban apareciendo y se podía apreciar algún que otro vehículo circulando. Nuestro salvador se comprometió a conseguirnos un medio de transporte que nos llevara hasta nuestro hotel, así que, en medio de la noche paró a un taxista con un Mercedes bastante bien cuidado que, tras varios minutos de negociación, consiguió convencerle de que nos acercara al Hotel Kairaba. Previamente nos redactó y firmó un escrito en una hoja de papel, conforme autorizaba de manera excepcional a nuestro taxista a circular con 6 personas en el vehículo, para evitar una posible sanción. Sanción que no tardó en llegar. A los pocos minutos de haber montado en el taxi, un control policial, aún leyendo el documento, le sacó al taxista una cantidad de dinero de la que desconozco el importe. Pocos kilómetros después, en un segundo control le vuelven a pedir más dinero, pero al no disponer de él y al nosotros negarnos a adelantárselo, le retienen la documentación del vehículo para garantizarse el cobro una vez nos hubiera dejado en el hotel. Finalmente, y tras la tremenda odisea pasada, llegamos a nuestro destino.
Playa privada Hotel Kairaba
Tras reservar la habitación, un chico del servicio nos acompaña hasta nuestro apartamento-habitación-bungalow, que disponía, de salón, cocina con comedor, jardín privado con terraza, baño, ducha, una cama inmensa... Un lujazo. Tras una reconfortante ducha, nos reunimos de nuevo en la recepción para intentar conseguir algo de comer en algún sitio, puesto que a esas horas en el hotel no había cocina. En recepción nos hablan de un local, una especie de pub, ubicado a pocos minutos andando donde se reúnen los turistas y los locales. Tras llegar y pedirnos algo de beber nos ofrecen unos bocadillos con huevos fritos y no sé qué, que solamente Elena se atrevió a comerlo (nos habían informado en España que no debíamos beber agua que no fuera embotellada ni comer fruta, huevos, carne, etc. a no ser que fuera en el hotel, por cuestiones de higiene). y cómo no!!, los problemas seguían persiguiéndonos. Mientras descansábamos plácidamente en unas sillas de la terraza del local, aparece un chico de color que se conoce se había fumao toda la hierba de Banjul, con un colocón del 15 y que comienza a tirarse encima de nosotros, a abrazarnos y a esas cosas que hacen los borrachos cuando no saben lo que hacen. Como no teníamos ganas de nada, le pedimos con amabilidad que nos dejara, pero volvía, y volvía, hasta que apareció un gigantón, que me imagino que era de la seguridad del local y le pegó al chico una paliza que se le pasó el colocón de repente. Viendo que no era nuestro día, nos volvemos al hotel a descansar, esperando que amaneciera mejor al día siguiente.
Jardines y habitaciones Hotel Kairaba
Los días sucesivos fueron más relajados y tranquilos. Primero, tras un desayuno en el Restaurante Casa Fernando del hotel, donde un montón de cocineros te preparaban en el acto lo que te apeteciera y donde podías probar zumos de frutas que no sabía que existieran, paseamos por las instalaciones del hotel para disfrutar de su belleza (dicen que es el mejor hotel de todo el país), jardines perfectamente cuidados, piscinas con puentes, cinco restaurantes distintos, playa privada, donde vimos como acababan de pescar varias barracudas. En la playa del hotel nos llamó tremendamente la atención ver como turistas europeos que ya pasaban de los 50, paseaban agarrados de la mano con chiquillas que en muchos casos no llegaban a la mayoría de edad. Resultaba repulsivo. Esto ocurrió hace casi dos décadas, cuando muy poca gente se atrevía a marcharse de vacaciones a un país como Gambia. No quiero imaginarme como habrán explotado el turismo sexual tras casi 20 años.
No puedo terminar el relato sin hablar de las mujeres Woolof, y de su belleza. Caminar entre ellas es como caminar rodeado de cientos de Naomi Campbell. Esa piel de ébano fino y esos rasgos tan perfectamente marcados, que en unión de los cuerpos musculados pero no en exceso, hacen una conjunción casi perfecta. No es de extrañar que los ricos y viciosos europeos se sientan atraídos por ellas.
Visitamos la ciudad y sus mercados tradicionales, donde la mezcla del calor, humedad, el olor a pescado secando al sol, carnes ensangrentadas colgadas y rodeadas de moscas, sudor, especias..., no todas las pituitarias lo soportan.
Kachikali Pool
Y por supuesto, también visitamos el Kachikali Pool, donde habita, junto con multitud de congéneres el conocido cocodrilo Charlie, famoso en todo Banjul por su avanzada edad. Al entrar en el recinto de esta piscina natural, te sorprende porque de repente, mientras vas caminando, te encuentras rodeado de multitud de cocodrilos, que bajo la supervisión de los encargados de la misma, puedes llegar a tocar. En su origen, esta piscina nació como lugar de rezo, ya que en ella habitaban los cocodrilos, siendo éstos símbolos de fertilidad para los gambianos. Nos enseñaron, incluso, una pequeña construcción formada por tres paredes y un techo, donde contaban que tiempos atrás, a las jóvenes cuando llegaba el momento de ser madres, las encerraban una noche entera allí solas, rodeadas de los cocodrilos. Si la joven sobrevivía a la noche, sería fértil. Sino... evidentemente no.

Y así pasamos aquellos maravillosos días que, analizándolo desde la distancia y la tranquilidad de los años pasados, comprendo que fueron fruto de la inconsciencia, que cometimos innumerables imprudencias consecuencia de la juventud, pero hoy por hoy podemos decir que hemos pasado unos momentos irrepetibles, disfrutado y sufrido situaciones que pocas personas en una vida entera pasarán.

PD: Ninguna de las fotos que adornan el relato son sacadas por mí. Lamentablemente en aquella época no había cámaras digitales y me da una pereza tremenda digitalizar mis cientos de fotos. Todas ellas, aunque no son de mi propiedad, son realmente lo que dicen que son, aunque la mayoría de ellas son actuales. Por ejemplo, en las fotos de Barra se aprecian ya cableados eléctricos, el aeropuerto parece algo más moderno, aunque el hotel y las calles de Banjul, y especialmente el embarcadero del "ferry alternativo", están exactamente igual que estaban en mi memoria.

Seguramente mi mujer (mi novia en el relato) me riña porque me he saltado infinidad de anécdotas, pero entiendo que se haría tedioso.

Espero que os haya gustado.
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