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Una historia increible, pero... ¿cierta?

La historia que les voy a contar hoy ocurrió en las puertas de lo que los cristianos llaman Cielo.
A ella llegaron, tras una travesía por el famoso túnel del que nadie vuelve, los espíritus de tres personas fallecidas prematuramente. Allí se encontraron con una puerta de proporciones colosales, toda ella de oro macizo, perfectamente decorada, con una imponente cerradura y en la que llamaba la atención una aldaba con la forma de la cabeza de un angelito. Rápidamente uno de los espíritus la agarró y golpeó con ella la puerta tres veces.. TOOOOON, TOOOOON, TOOOOOON.... 
En unos segundos, la descomunal puerta comenzó a abrirse, dejando a la vista de los perplejos espíritus, un paraíso de luz, color, árboles de todos los tamaños, plantas de vistosos colores, fuentes lanzando chorros de agua que hacían curvas imposibles en el aire, por todos lados se veían los rostros sonrientes y felices de otros espíritus... y frente a ellos, de repente, se apareció San Pedro, el guardián de las puertas del cielo, con cara de sabiduría y bondad, vestido con una túnica blanca y con una barba y unos cabellos largos como la eternidad. En su mano diestra cargaba una enorme llave de oro y con voz serena se dirigió a los tres perplejos espíritus y les dijo.
- Hijos míos, siento deciros que solamente uno de vosotros podrá atravesar hoy las puertas de El Cielo. Debido a problemas de espacio, ya que últimamente la gente se porta muy bien, tenemos nuestras instalaciones saturadas, sólo nos queda una plaza vacante, y por lo tanto, dos de vosotros deberán pasar una temporada en El Infierno. Os golpearán, vejarán, humillarán, pasaréis calor y os veréis condenados a vivir por toda la eternidad entre maleantes, violadores, asesinos, políticos, sindicalistas...
Pero como soy muy magnánimo - continuó San Pedro - os voy a dar la oportunidad de que os salvéis vosotros mismos a través de una prueba. La prueba consistirá en que cada uno de vosotros me tendrá que contar cómo fueron vuestros últimos minutos de vida y cómo fue vuestra muerte. Aquel que me deje más impresionado será el que atraviese las puertas del Cielo.

- Comenzaré yo mismo - dijo uno de los espíritu, y rápidamente comenzó con el relato.
Pues mire Ud. Señor San Pedro. Desde hacía unos meses, cada vez que entraba en la oficina y pasaba por delante de mis compañeros, me daba la sensación de que cuchicheaban y se reían a mi paso. Al principio no le di demasiada importancia, pero un día me encontré una nota sobre la mesa, firmada por "tu amigo anónimo", en la que me decía que  mi mujer me estaba siendo infiel con el de contabilidad desde hacía varios meses y que las risas que yo notaba eran porque todo el mundo lo sabía menos yo. No se puede Ud. imaginar, Señor San Pedro, cómo me comenzó a hervir la sangre. En la nota me decía que todos los Jueves, a las 5 de la tarde, mientras yo estaba en la oficina, el contable se escapaba a mi domicilio y se beneficiaba a mi esposa durante dos horas, y como ese día era Jueves, decidí tomarme venganza ese mismo día.
Llegué al piso en el que vivía con mi mujer. Eran las 5 de la tarde. Subí las 7 plantas por las escaleras, para que no se oyera el ruido del ascensor y pudieran sospechar. Llegué a la puerta de mi vivienda y apoyé mi oído sobre ella. Se oía la respiración profunda de mi mujer como cuando se hace un esfuerzo repetido. Ya os tengo!!!, pensé yo. Metí la llave en la cerradura, abrí la puerta y la cerré tras de mí con un golpe tremendo. Corrí hasta el dormitorio, pero nada vi. La cama perfectamente hecha, sin siquiera una arruga, miré bajo la cama y dentro del armario y tampoco. Me dirijo hacia el salón y nada. Entro en la cocina y entonces sí... allí, en el suelo, me encuentro a mi mujer desnuda, pero sola. Busco por todos lados y no encuentro nada. Mi mujer nerviosa preguntándome qué me ocurría y yo preguntándole dónde escondía a su amante. Ella me dijo que no tenía ningún amante y me alegó que solía hacer ejercicios todos los Jueves a la misma hora y que le encantaba hacerlos desnuda por el calor y la comodidad y que los hacía en la cocina porque el suelo porcelánico era más fresco. Por un momento dudé y la creí, pero de repente un ruido en la ventana que había tras de mí hizo que me diera la vuelta. Me giré la abrí y allí estaba él. Lo había pillado!!. Estaba colgado del alféizar de la ventana y ¡¡¡Además me pedía socorro!!!. Agarré un paraguas que tenía cerca de la ventana y comencé a darle golpes en las manos para que se soltara. Y finalmente... Se soltó. Pero fíjese Ud. Señor San Pedro la suerte que tendría ese cabrón, que tras caer los siete pisos de altura, va a caerse sobre un montón de ramas, hierbas y hojas que había acumulado el jardinero en el suelo. Y no se mató. comenzó a chillar y a retorcerse de dolor, así que como pude arrastré la nevera hasta la ventana (recuerdo que pesaba una barbaridad) y la tiré sobre ese pervertido roba esposas, pero la mala suerte hizo que el cable de la corriente se me enganchara en el cinturón de mi pantalón y con el peso de la nevera, yo callera tras ella, matando al amante de mi mujer, pero matándome yo de igual manera. Y así fue como sucedió.

-Ahora comenzaré yo - dijo otro de los espíritus. Le contaré que cuando vivía, me dedicaba profesionalmente a la limpieza de ventanas de edificios altos. Aquel fatídico Jueves, me encontraba en el andamio colgante limpiando las ventanas de un edificio, en la planta 9ª, cuando sin saber por qué una de las líneas de acero del andamio se rompió y me caí al vacío. Cuando ya me daba por muerto, conseguí agarrarme al alféizar de una ventana de la planta 7ª. Me puse a dar gracias a Dios por la suerte que había tenido. Aquello era un milagro. Enseguida un señor abrió la ventana y le pedí socorro y ayuda, pero con sorpresa para mí comenzó a darme golpes en los dedos con un paraguas, hasta que del dolor me solté y volví a caer al vació. Otra vez la suerte estuvo de mi lado y caí sobre un montón de hojas secas que amortiguaron mi caída. Aunque me rompí todos los huesos de mi cuerpo, aun me mantenía con vida y, entre gritos de dolor daba gracias a Dios por su benevolencia, aunque mi suerte duró poquito, porque a través de la sangre que me arrollaba por la cara observé como una nevera salía volando de una ventana y caía hacia mí, al igual que un señor que se había atado a ella con una cuerda. Ahí me di cuenta de que había llegado mi final, y Señor San Pedro, ese fue el relato de mi muerte.

-Hijo mío - dijo San Pedro dirigiéndose al tercer espíritu - espero que tu relato sea sorprendente, porque lo que son los otros dos anteriores, me han dejado boquiabierto.

- Señor San Pedro, dijo el tercer espíritu, - sólo le diré que el relato de mi muerte comienza cuando me metí dentro de una nevera...


Saludos amigos... Espero que os haya gustado.


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